El otoño en La Rioja tiene una magia difícil de describir. Los viñedos se tiñen de oro, cobre y carmín, el aire huele a tierra húmeda y barrica, y cada carretera parece invitarte a perderte entre colinas y bodegas.
Si buscas una escapada diferente, llena de sabor, paisajes y calma, este es el momento perfecto para disfrutar de un fin de semana en la Rioja Alta. Y entre todas las paradas posibles, hay una que se convierte en el corazón del viaje: Bodegas Amézola de la Mora.
🌿 Día 1: Llegada, vino y atardecer entre viñedos
Imagina llegar un viernes por la tarde, mientras el sol se esconde detrás de la Sierra de Cantabria.
El camino hasta Bodegas Amézola, en Torremontalbo, te conduce entre viñas encendidas por el otoño.
Nada más llegar, el silencio del campo y el perfume a barrica te reciben como una bienvenida.
María y Cristina Amézola, las hermanas que dirigen esta bodega familiar, te acompañan en una visita donde el tiempo se detiene: recorres el calado subterráneo de 1816, sientes el frescor de la piedra, descubres los secretos del vino y terminas con una copa en la mano, mirando el viñedo.
La primera sensación es clara: esto no es una visita, es una experiencia.
🍇 Día 2: Naturaleza, historia y gastronomía riojana
Después de descansar en un alojamiento rural cercano, el sábado amanece entre nieblas suaves y olor a campo mojado.
Puedes empezar la jornada con un paseo por San Asensio o Briones, dos pueblos con encanto, donde las calles empedradas y los aromas de pan recién hecho parecen sacados de otro tiempo.
A mediodía, regresa a Bodegas Amézola para disfrutar de una cata guiada o un picnic entre viñedos. Cada vino —desde el Viña Amézola Reserva hasta el Señorío de Amézola Crianza— cuenta su propia historia de paciencia, familia y tierra.
Y si el cuerpo pide más, la gastronomía riojana te espera: cordero asado, patatas a la riojana, pimientos rojos confitados… y una copa más para brindar por el otoño.
🕯️ Día 3: Despedida con sabor a vino y recuerdos
El domingo se convierte en el momento de la calma. Un desayuno tranquilo, una última mirada a los viñedos y quizá una visita rápida a Haro o Laguardia para llenar el maletero de botellas y recuerdos.
Cuando te marchas, entiendes que La Rioja en otoño no se visita, se vive.
Y que entre todas las experiencias posibles, hay una que deja huella: sentarte con una copa de vino frente a un viñedo que respira historia y emoción.
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