El Mulinazzo: donde la familia se cocina en cada plato

Hay restaurantes que se conocen por casualidad, otros por moda… y luego está El Mulinazzo, que se descubre con el alma y se recuerda para siempre. Porque lo suyo no es solo cocinar bien —que lo hacen de escándalo—, sino hacerte sentir como en casa desde el primer minuto. Ese tipo de lugares que no se olvidan, que se cuentan, que se recomiendan con cariño y con orgullo.

Detrás de este pequeño templo gastronómico hay una familia que lo da todo: Julián, Elena, Alejandra, Juli, Marcos, Carlos y Chema… Una alineación que ya quisiera cualquier estrella Michelin, pero con un ingrediente que no se compra ni se enseña: cariño real por su oficio y por la gente que cruza su puerta.

Si estuvieran en plena Gran Vía, en Castellana o en el Barrio Salamanca, no habría mesa libre ni soñándolo. Pero su magia está en que han crecido sin artificios, sin postureo, solo con trabajo honesto, esfuerzo diario y una cocina que habla sola. Que enamora. Que alimenta cuerpo y alma.

¿Qué se come? Fácil: lujo sin pretensiones

Verduras que saben a huerto.
Embutidos que despiertan recuerdos.
Un bacalao que es pura religión.

Producto de calidad, sin trampas, sin maquillaje. Platos hechos con mimo, con paciencia, con ese toque que solo se aprende cuando la tradición y la pasión se dan la mano.

Y el servicio… ay, el servicio.
Esa sonrisa, ese cuidado, ese “como en casa pero mejor”. Da igual cuándo vayas: siempre están llenos. ¡Y cómo no! Si no descansan nunca —llevamos año y pico esperando que se cojan vacaciones— y aún así mantienen un nivel que muchos ya quisieran con el doble de personal.

Son puro lujo. Pero un lujo humilde, humano, redondo. Cómo a nosotros nos gusta.

Sólo pido una cosa, y lo digo con cariño: el día que esta familia se regale por fin unas vacaciones, que sepan que nuestra bodega es su casa. Que aquí les esperamos, con la misma ilusión con la que ellos cocinan, para brindar por su trabajo y por la felicidad que nos regalan en cada plato.

Porque restaurantes como El Mulinazzo no se visitan, se viven.
Y nosotros ya estamos deseando volver.

¡Hasta la próxima!

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