En Bodegas Amézola, creemos que los grandes vinos no solo se cuentan en aromas y sabores, sino también en los detalles que los rodean. Cada decisión, por pequeña que parezca, forma parte de una historia mayor. Y uno de esos detalles que solemos pasar por alto —pero que habla sin palabras— es la cápsula que corona cada botella.
Las cápsulas no solo protegen el corcho; también comunican. Son el primer contacto visual que tiene el consumidor con el vino. Y en Amézola, ese primer gesto está cargado de intención.
El verde intenso que visten nuestras botellas de blanco no es casual. Es un guiño a la frescura, vivacidad y equilibrio que define nuestros vinos blancos. Representa ese momento de disfrute ligero, de brisa en la copa, de elegancia natural. Cada vez que una cápsula verde aparece en tu mesa, sabes que lo que viene es un vino joven, vibrante y con alma fresca.
En contraste, el rojo profundo que corona nuestros tintos refleja el cuerpo, la estructura y la intensidad que caracterizan a nuestros crianzas y reservas. Es un color que impone presencia, que evoca pasión y que anticipa un vino con carácter. Porque el tinto de Amezola es eso: potencia bien domada, tradición en cada sorbo.
Ambos colores llevan un nombre en común: Iñigo Amezola. Porque tanto en blancos como en tintos, la mano, el criterio y la sensibilidad enológica de Iñigo están presentes. Su firma no está solo en las etiquetas, sino también en esos pequeños gestos que construyen la experiencia completa del vino.
En un mercado donde cada detalle cuenta, nosotros elegimos hablar también con colores. Porque en Amezola, hasta la cápsula cuenta una historia.