Cuando pensamos en una bodega, solemos imaginar barricas de roble, viñedos dorados por el sol, uvas maduras y manos expertas vendimiando al amanecer. Pero hay otro espacio, más discreto, menos fotogénico quizás, pero absolutamente esencial en la vida del vino: el laboratorio.
En Bodegas Amezola, una casa con alma familiar y vocación artesanal, entendemos que el cuidado del vino no termina en el viñedo ni en la sala de barricas. Va mucho más allá. Y uno de los pilares silenciosos de esa calidad que defendemos está precisamente en el control analítico.
Aunque somos una bodega pequeña y muy centrada en lo humano, contamos con nuestro propio laboratorio interno, donde realizamos muchas de las analíticas básicas y de seguimiento: niveles de acidez, pH, azúcares, sulfuroso… Una serie de datos técnicos que nos permiten tomar decisiones informadas en cada etapa de la elaboración. Porque el vino es pasión, sí, pero también es precisión.
Y para aquellas pruebas más complejas o que requieren equipos específicos —como análisis de pesticidas, metales pesados o estudios microbiológicos avanzados—, colaboramos con laboratorios externos altamente especializados, con los que trabajamos de forma constante y en confianza. Ellos nos ayudan a ir un paso más allá, a garantizar la seguridad y calidad del vino en todo momento.
Este trabajo técnico, muchas veces invisible para el consumidor final, es lo que nos permite asegurar que cada botella de Amezola cumple con los estándares más exigentes, sin perder ni un ápice del carácter que define nuestros vinos.
Porque detrás de cada copa hay intuición y experiencia, sí… pero también ciencia.
Y en Amezola, nos apoyamos en ambas.